Marco no podía creer lo que estaba pasando. Él y Andrea habían sido los mejores amigos desde preescolar hasta cuarto grado, siempre inseparables, siempre apoyandose él uno al otro. Y ahora, de un momento a otro, todo eso se desmoronaba sin más.
Andrea ya no iba a estar ahí para jugar en el lodo, ni pintar juntos. Era ella a quien siempre se le ocurrían las mejores ideas para divertirse en los días lluviosos, y quien lo ayudaba con sus deberes de matemáticas.
Sin embargo, ahora tenía que mudarse muy lejos con su familia, por qué a su padre lo habían transferido en su puesto de trabajo.
¿Por qué la vida era tan injusta?
—Pero no te preocupes, Marco —le había dicho ella, intentando componer una sonrisa—, ya verás que nada va a cambiar entre nosotros. Seguiremos en contacto. Hablaremos por Skype y te mandaré mensajes todo el tiempo.
No obstante, Marco sabía que no iba a ser lo mismo. La distancia cambiaba a la gente, las relaciones. Y él no quería perder a su mejor amiga.
Esa misma tarde, su madre lo aconsejó:
—Escucha, cariño —le dijo— es muy triste lo que está pasando con tu amiguita. Pero tienes que entender que a veces la vida es así, hay circunstancias que no podemos cambiar. Los amigos van y vienen, nos olvidamos de unos y a otros los recordamos toda la vida, ¿sabes?
—¿Cómo se qué Andrea no se va a olvidar de mí? —preguntó él con tristeza.
—Si su amistad es lo bastante fuerte, te aseguro que no importará que pase el tiempo o cuan lejos estén el uno del otro. Ella siempre te tendrá presente en su corazón. Y tú igual.
Marco reflexionó y asintió con la cabeza. Ese mismo día tomó una decisión.
Citó a Andrea en su lugar favorito del parque, donde siempre se reunían a jugar. A veces llevaban las bicicletas para dar un paseo o simplemente se quedaban en los columpios.
—Siento mucho que nos vayamos, Marco —le dijo ella—. Si pudiera quedarme, lo haría. Pero papá dice que estaremos mucho mejor allá.
—Entiendo —dijo él—, no importa. Solo quería aprovechar nuestra última tarde antes de despedirnos. Y hacer algo especial.
Marco levantó su mano y se la ofreció.
—Tú y yo vamos a hacer una promesa desde este mismo instante. No importa cuantos años pasen o si estamos muy lejos. Siempre seremos amigos. Nos hablaremos todas las semanas y si algún día pasa algo que nos hace molestarnos, lo hablaremos y mantendremos esta amistad intacta. ¿Lo prometes?
Andrea sonrió.
—Está bien —estrechó su mano— y un día, cuando sea mayor, volveré a la ciudad para visitarte. O tal vez vayas tú a verme. Lo bueno de ser más grandes es que podremos conducir.
—¡No puedo esperar a que llegue ese momento! —exclamó Marco contento.
Ambos amigos se abrazaron con fuerza. Y así, su promesa quedó sellada. Habrían de pasar muchas cosas en sus vidas pero ellos nunca dejaron de ser los mejores amigos.
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